En el siglo
XVI dos grandes potencias se disputaban la hegemonía en el Mediterráneo. Por un
lado el Imperio Otomano, cuyo sultán Solimán el Magnífico sometía a asedio a la
mismísima Viena en 1529, por otro Carlos V de Augsburgo que respondía al
desafío turco conquistando la ciudad de Túnez en 1535.
La guerra
proseguía y ante la amenaza otomana, personificada en el corsario Barbarroja,
el papa Pablo III formó una Liga Santa, en 1538, integrada por los Estados
Pontificios, las repúblicas de Génova y Venecia, los caballeros de la orden de Malta
y el Emperador Carlos.
Las tropas
de la coalición tomaron la ciudad de Castelnuovo, actual Herceg Novi en la
costa de la república de Montenegro. Esta sería la base de operaciones para una
ofensiva sobre las posesiones balcánicas de los turcos. Como guarnición fue
destacado el Tercio del Maestre de Campo don Francisco Sarmiento de Mendoza y
Manuel, al cual se deberían ir añadiendo nuevas tropas. Sin embargo, la flota
aliada fue derrotada de forma decisiva en el combate de Prevenza, lo que
concedió el dominio del mar a los otomanos. Además, los venecianos abandonaban
la liga y firmaban una paz por separado con los turcos. Castelnuovo quedaba
aislada.
El Maestre
de Campo envió a sus únicas tres naves a pedir ayuda en España, Nápoles y
Sicilia. Nada se consiguió. Además, una flota de galeras cristianas, ante la
inferioridad de número sugirieron a la guarnición de Castelnuovo la
capitulación.
Abandonados
a su suerte, sin apenas provisiones y alimentos frescos los 3.500 hombres de
Sarmiento se dispusieron a vender lo más caro que pudiesen sus vidas, frente a
un ejército turco que iba tomando posiciones para poner bajo asedio a la
ciudad. Al mando del mismísimo Barbarroja se presentaron ante ellos 50.000
soldados, incluidos 4.000 de los temibles Jenízaros, las tropas de élite del Sultán,
así como 200 galeras y naves de todo tipo. La suerte estaba echada pero si los
turcos querían recuperar la ciudad tendrían que pagar un precio muy alto.
El primer
combate se produjo el 12 de julio de 1539 cuando los otomanos desembarcaron una
avanzadilla. Al tener noticia de ello el Maestre ordenó al capitán Machín de
Munguía que tomase tres compañías y la caballería para rechazar el ataque. Y
así sucedió, reembarcando los turcos con severas bajas. Este capitán era el
mismo que durante la batalla naval de Prevenza resistió los ataques de varias
galeras enemigas defendiendo una nave veneciana solamente con su compañía de
300 vizcaínos. Siendo dado por muerto o capturado, su nave, seriamente dañada y
sin mástiles, conseguiría llegar a puerto cuatro días después de la batalla.
Por la tarde
de ese día se volvía a producir otro desembarco. Era ahora Francisco de
Sarmiento en persona el que les esperaba con sus españoles. Los otomanos
dejaron cientos de muertos y prisioneros, teniendo que volver a sus naves. No
volverían a aventurarse a saltar a tierra hasta la llegada de Barbarroja y el
grueso de la flota el día 18. Además, por tierra se unía a los musulmanes otro
ejército al mando de Turgut Reis, corsario conocido por su enorme ferocidad.
Una vez
reunidos ambos ejércitos se procedió al desembarco de las tropas y artillería
para comenzar el asedio de la ciudad. Mientras tanto los españoles se dedicaron
a la fortificación de la misma. Ya que no se quiso despertar el recelo enemigo no
se habían acometido obras de defensa de envergadura previamente, así que se
hizo cuanto se pudo durante los cinco días que emplearon los zapadores turcos
en cavar trincheras y allanar la zona para situar los cañones de asedio.
Lejos de
quedarse refugiados dentro de las murallas los castellanos realizaron varias
salidas para dificultar las obras de los sitiadores. En una de ellas perdía la
vida uno de los capitanes favoritos de Barbarroja. Así que los jenízaros
decidieron desquitarse atacando la población, pero una salida de los españoles
les costó varios centenares de muertos y tener que retirarse en franca
desbandada. Al tener noticia de ello el almirante otomano ordenó el inmediato
cese de ataques similares.
Conocedor de
lo costoso que podría resultarle un asedio y asalto de la ciudad el señor de
Argel ofreció una rendición más que honrosa a los españoles, los cuales ya le
habían ocasionado cerca de 1.000 bajas. Podrían salir con sus banderas y armas,
teniendo solamente que dejar pólvora y artillería, además recibiría cada
español 20 ducados del propio almirante. Así se lo trasmitieron a don Francisco
Sarmiento de Mendoza.
Sabedor de
que tal oferta no solamente le correspondía aceptarla o rechazarla a él “El
Maestre de Campo consultó con todos sus Capitanes, y los Capitanes con sus
Oficiales, y resolvieron que querían morir en servicio de Dios y de Su
Majestad, y que viniesen cuando quisiesen...”
Las
condiciones eran más que generosas, no obstante, entre las compañías del tercio
de Castelnuovo se encontraban seis compañías del antiguo tercio de Lombardía,
había sido este disuelto poco antes por amotinarse al no llegar las pagas, algo
muy común en la época. Es muy probable que estos mismos hombres quisiesen
recuperar su honor luchando contra un enemigo que les superaba en más de 10 a
uno, a pesar de que estaban completamente aislados y sin ninguna posibilidad de
recibir ayuda.
El asalto
comenzó el 24 de julio, por tierra atacaba la infantería, mientras la
artillería otomana barría las defensas españolas desde mar y tierra. Los
castellanos resistieron con fiereza infligiendo enormes bajas a los asaltantes,
los cuales primero recibían las descargas cerradas de los arcabuceros y luego
tenían que soportar tajos y cuchilladas que les lanzaban los defensores.
Rechazado el primer intento de asalto los hombres de Sarmiento emplearon la
noche en reparar las brechas de las murallas y mejorar las defensas.
Al día
siguiente, festividad de Santiago apóstol, el obispo de la ciudad se unió a los
defensores, animándoles a combatir, confesando y dando la extremaunción a los
heridos más graves. Los asaltantes perdieron varios miles de hombres esa
jornada por solamente 50 de los defensores, aunque la gravedad de las heridas
sufridas hizo que muchos de ellos fallecieran en los días posteriores.
Lejos de
conformarse con mantener sus posiciones los españoles realizaron una
encamisada, un golpe de mano donde los atacantes llevaban solamente daga,
espada y la camisa blanca, despojados de cuanto armamento o defensa pudiese
molestar en el combate o alertar por el ruido al enemigo. Sorprendidos los
turcos en su propio campamento por el asalto de los defensores de Castelnuovo
se produjo una desbandada en toda regla. El ataque rebasó las defensas otomanas
en varios puntos y los soldados musulmanes, incluidos los jenízaros, corrieron
lo más rápido que pudieron huyendo de las espadas y vizcaínas españolas.
Cruzando el campamento como alma que lleva el diablo no dudaron en tirar y
rasgar cuanta tienda se interpusiese en su huida, incluida la del mismísimo
Barbarroja. La guardia personal de éste, temiendo por su vida, y pese a las
protestas del almirante le llevaron en volandas hasta su nave, retirando
incluso del campamento el estandarte del sultán.
Recuperados
de tan humillante derrota los otomanos concentraron el fuego de la artillería
de asedio contra una de las fortalezas de la ciudad alta, esperando que fuese
el punto clave que permitiese su captura. Mientras, el resto de la artillería
batía la débil muralla medieval que protegía la ciudad. Reducida la fortaleza a
un puñado de escombros el 4 de agosto los turcos realizaron un asalto general.
El Maestre de Campo había reforzado la guarnición del castillo y ordenado el
traslado de los heridos a retaguardia. El ataque comenzó de madrugada y duraría
todo el día, con los españoles batiéndose en asombrosa inferioridad numérica.
Al caer la noche los supervivientes, llevando a sus heridos, se replegaron al
abrigo de las murallas de la ciudad, al mando de Machín de Munguía habían
causado una nueva carnicería entre los asaltantes.
La cólera de
Barbarroja se iba acrecentando, sin embargo, la captura de tres desertores le
facilitó información de vital importancia. Los españoles se encontraban
exhaustos, luchando por el día y reparando las defensas de noche, el número de
heridos era muy alto, habiendo apenas un puñado de hombres ilesos, estando muy
escasos de pólvora y munición.
Creyó el
almirante que una última acometida sería suficiente. Así, el 5 de agosto ordenó
a todas sus tropas, incluidos jenízaros y jinetes desmontados, lanzarse a un
nuevo asalto. Otra vez se trabó un furioso combate donde los españoles se
defendieron demostrando la veteranía que atesoraban los soldados de los tercios
viejos, curtidos en mil campañas y combates. Todo lo que consiguieron los
turcos fue tomar una torre de la muralla donde hicieron ondear su bandera, todo
orgullosos, como si hubiesen tomado la mismísima Viena. Y no era para menos
pues las bajas ya superaban las 10.000.
El día 6 la
cosa empeoró para los defensores, ya que un fuerte aguacero empapó pólvora y
mechas, haciendo inservibles arcabuces y cañones. A base de espada, picas,
dagas, vizcaínas y hasta a pedradas se defendieron los españoles, incluso los
heridos graves, pues más valía el morir en combate y con la cabeza bien alta
que esperar en la enfermería el ser asesinado. Al terminar la jornada las
banderas con la cruz de Borgoña seguían ondeando desafiantes en Castelnuovo,
resistiendo a un ejército que pese a su enorme superioridad era incapaz de
doblegar a un puñado de soldados heridos y agotados que se negaban a capitular.
Al amanecer
del 7 de agosto aún resistían 600 españoles y al frente de ellos su Maestre de
Campo, don Francisco Sarmiento, con graves heridas no cejaba de animar a sus
hombres. Ante la nueva acometida enemiga, en una ciudad sin murallas e incapaz
de mantener un perímetro tan amplio ordenó el repliegue sobre un castillo que
se encontraba en la parte baja de la ciudad, donde estaba refugiada la
población civil. Esta maniobra se hizo en perfecto orden y disciplina
“escuadrón por escuadrón” apoyándose unos a otros y sin perderle la cara al
enemigo, como veteranos que eran.
Al llegar a
la plaza que se abría frente al castillo pidió a los defensores que abriesen
las puertas a sus hombres. Estos se excusaron diciendo que estas estaban
tapiadas, si bien ofrecieron lanzar una cuerda e izarlo a él al abrigo de las
murallas, su respuesta: “Nunca Dios quiera que yo me salve y los compañeros
se pierdan sin mi” Picó espuelas y se lanzó contra los turcos. Al finalizar
la jornada la ciudad estaba en manos de Barbarroja y del tercio Sarmiento los
supervivientes apenas superaban los 200, casi todos ellos heridos, allí mismo
fueron asesinados los más graves.
Entre los
prisioneros se encontraba Machín de Munguía. Barbarroja le ofreció perdonarle
la vida e incluso ser uno de sus capitanes si abrazaba la fe musulmana. La
negativa del capitán vizcaíno hizo que el corsario le degollase, junto a varios
de sus compañeros, sobre el espolón de su nave capitana. Los 195
supervivientes, fueron cargados de cadenas y enviados como esclavos a
Constantinopla. Pobre justificación de como un tercio de españoles había
causado casi 20.000 muertos a las tropas del Sultán, incluidos casi la
totalidad de los 4.000 jenízaros, una proporción de 5 atacantes muertos por
cada defensor.
La gesta de
Castelnuovo y el tercio Sarmiento fue cantada por poetas y juglares en toda
Europa siendo equiparada con batallas tan míticas como la librada por los 300
de Leónidas en las Termopilas. Aunque con el paso del tiempo sus ecos se hayan
apagado hasta casi el olvido.
Héroes gloriosos, pues el cielo
os dio más parte que os negó la tierra,
bien es que por trofeo de tanta guerra
se muestren vuestros huesos por el suelo.
Si justo es desear, si honesto celo
en valeroso corazón se encierra,
ya me parece ver, o que sea tierra
por vos la Hesperia nuestra, o se alce a vuelo.
No por vengaros, no, que no dejastes
A los vivos gozar de tanta gloria,
Que envuelta en vuestra sangre la llevastes;
Sino para probar que la memoria
De la dichosa muerte que alcanzastes,
Se debe envidiar más que la victoria
Seis años
después, el 22 de junio de 1545, llegaba al puerto de Messina una galeota
turca. A bordo de ella se encontraba un puñado de esclavos cristianos que habían
podido escapar de su cautiverio. La sorpresa mayor fue que 25 de ellos eran
supervivientes de Castelnuovo. Fueron éstos los que pudieron contar como fue el
asedio de dicha plaza y como los soldados del tercio Sarmiento buscaron “tan
solo defender Europa y el honor de España”
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