1º) LA SITUACIÓN DEL EJÉRCITO ESPAÑOL
1.1.- El Ejército y el sistema canovista
La Restauración Monárquica de 1874 se produjo vía pronunciamiento.
Este hecho es de gran importancia, ya que un régimen que se presentó como
civilista se inició con una acción que situó a los miembros del Ejército en una
posición de especial preponderancia. Desde el principio Cánovas intentó limitar
esa preeminencia del estamento militar en la vida política española[1].
El sistema ideado por Cánovas pretendió reafirmar los vínculos
existentes entre la institución militar y la Corona, con el objeto de afianzar
a ésta, mediante dos vías. La primera de ellas fue la vía constitucional,
otorgando al Rey "el mando supremo del ejército y armada y dispone de las
fuerzas de mar y tierra"[2], y
señalando que "las Cortes fijarán todos los años, a propuesta del Rey, la
fuerza militar permanente de mar y tierra"[3]. La
segunda vía fue presentar a Alfonso XII como un rey-soldado, al estilo
prusiano, compartiendo la suerte de sus tropas en campaña durante la Guerra
Carlista y, posteriormente, presidiendo actos militares tales como maniobras o
revistas de tropas en acuartelamientos. De esta forma se pretendió que los
militares viesen al monarca como su "Jefe Natural". Se intentó
conseguir así que el Ejército no tuviese grandes ambiciones políticas, ya que
al ser el Rey su "Jefe", expresaría sus opiniones frente al Poder
Civil consiguiendo que se adaptasen mejor al nuevo sistema.
No obstante, el sistema canovista no eliminó totalmente la influencia
de los militares en la política nacional, no fue esta su intención, ya que se
permitió a los generales de mayor importancia participar en la vida política,
ya fuera a través de su nombramiento como senadores, ya mediante su
nombramiento como presidentes del Gabinete. Además, los cargos de Ministro de
la Guerra y de Marina recaían de ordinario en algún general veterano que
contase con cierta ascendencia dentro del Ejército.
Así pues, en el mar que suponía la política española, los militares
acabaron por adaptarse e integrarse en el barco que representaba el sistema de
la Restauración, en el cual navegaron sin crear demasiados problemas, dejando
la dirección en manos de los políticos civiles y ejecutando las órdenes que de
estos recibían. Fue la enorme marejada que supuso el desastre del 98 lo que les
hizo interesarse en volver a adquirir el control de la nave, así, a partir de
la Guerra de Cuba, los militares españoles comenzaron a protagonizar una serie
de motines de mayor o menor importancia cuyo fin principal fue el de hacerse
con el timón de la nave, cosa que finalmente consiguieron.
Los errores cometidos por el sistema en el "tema" militar
acabaron, junto a otros factores, por destruirlo. Uno de ellos fue el
encomendar al Ejército la defensa de los "enemigos interiores" y la
defensa de "integridad de la Patria y el imperio de la Constitución y de
las leyes", con lo que se instituyó al Ejército como el principal pilar en
la defensa del Estado en los capítulos de Orden Público e Interior. Esto
supuso a la larga una absoluta dependencia estatal del Ejército a la hora de
garantizar la salvaguarda del sistema frente a movimientos reivindicativos o
revolucionarios, y por tanto hipotecó gravemente las relaciones Poder civil - Poder
militar, ya que el primero se sostuvo en numerosas ocasiones en el segundo y
éste aprovecho la circunstancia para plantear reivindicaciones y obtener
privilegios. Esta situación subsistió durante todo el período de la
Restauración. De hecho, puede comprobarse como gran parte de los problemas de
los Gabinetes Ministeriales durante el reinado de Alfonso XIII se inscriben en
la pugna Poder civil - Poder militar, en la cual, son los civiles,
paradójicamente, quienes la mayoría de las veces tienen que ceder ante las
presiones que les llegan desde la institución militar.
El segundo problema surgió con la llegada de Alfonso XIII al trono, ya
que el Rey se consideró ante todo el Jefe de las Fuerzas Armadas, lo que le
llevó a apoyar a "sus" militares frente al Parlamento. Así, Don
Alfonso asumió como propia la opinión de los militares, que culpaban a los
políticos de la mala situación del país: "[...]
los oficiales hacían responsables a los políticos civiles de haber conducido a
España a una situación de tal pequeñez , anarquía y desprestigio en el
concierto de los pueblos [...]"[4]. Y
quienes se sentían depositarios de los más profundos valores de la Patria.
" El militar había
llegado a creerse solo poseedor de la verdad entre miles de compatriotas errados;
solo justo, solo honrado, solo patriota; y esta exaltación de un particularismo egoísta le llevó lógicamente
a tratar de imponer sus opiniones a los demás, por todos los medios, despóticamente,
dictatorialmente, declarando la
guerra al Estado."[5]
[1] Ver SECO SERRANO, C. (1984) Militarismo
y civilismo en la España contemporánea. Madrid: Instituto de Estudios
económicos. Pág. 198.
[2]
Constitución española de 1876. Artículo 52º.
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