1.2. La situación del Ejército
El Ejército español del
período que nos ocupa poseía una serie de lacras que condicionaron su
actuación, es lo que Mola vino a denominar "los vicios" del Ejército.
Algunas de las mencionadas lacras fueron consecuencia de la derrota de 1898,
que marcaron a toda una generación de oficiales y se mantuvieron vivas hasta
el año de inicio del presente estudio, y otras, que se fueron produciendo
durante los primeros años del siglo XX, marcaron definitivamente a los
oficiales del Ejército.
La situación que padeció el
Ejército español en Cuba fue del todo catastrófica, como así han señalado
numerosos testigos y estudiosos. De hecho, de las 55.000 bajas sufridas durante
toda la guerra solamente 2.159[1] fueron en combate. Así, la guerra de Cuba ha pasado a los anales de la
Historia Militar como uno de los mayores, si no el mayor, desastre sufrido por
el Ejército español, no tanto por la propia derrota, sino por la forma en que
se produjo.
"En Cuba se puso de manifiesto
nuestra incapacidad militar, llegando a extremos vergonzosos en todos los órdenes y muy especialmente
en el relativo a servicios de mantenimiento: el de Sanidad, por ejemplo, era tan deficiente
que el terrible vomito diezmaba los batallones expedicionarios; el de Intendencia no existía, lo que
obligaba a las tropas a vivir sobre el país. Para colmo se suspendió el pago de haberes; cómoda medida que adoptaron
los usufructuarios del Poder para nivelar la Hacienda"[2]
Tan terrible derrota trajo consigo
tres consecuencias de especial interés para el tema que nos ocupa. La primera
de ellas fue el total enfrentamiento entre militares y políticos por la
petición de responsabilidades en la derrota, herida abierta en ese momento y
que las Juntas recordarían en sus manifiestos. El Ejército reaccionó a las
críticas, que le señalaban como único culpable de la derrota, creando un frente
común, un espíritu corporativo, que a su vez, pidió responsabilidades a los
políticos que descuidaron durante tanto tiempo a la institución militar. El resultado
de estas acusaciones cruzadas fue que no se creó ninguna comisión de
investigación de responsabilidades por la pérdida de las colonias, ya que la
mayoría de los líderes políticos sabían que el fracaso iba mucho más allá de
la responsabilidad de los militares. Así pues, sólo se abrió una investigación
por parte del Ejército que dictaminó en agosto de 1899 que un almirante y dos
generales fuesen retirados del servicio activo. Eso fue todo.
La segunda de ellas fue el
exceso de oficiales, problema que de hecho subsistía desde el final de la
última Guerra Carlista, y que se vio agravado por la reducción de los efectivos
del Ejército tras la derrota. Esto supuso que los ascensos fuesen escasos y las
posibilidades de promoción pocas, por eso los militares juntistas protestaron
por los ascensos indiscriminados que se produjeron en la campaña de Marruecos.
La tercera de las grandes
consecuencias del desastre de Cuba fue el recorte del presupuesto militar. La
mayor obsesión de los sucesivos gabinetes fue el recorte del presupuesto del
Ministerio de la Guerra, que pasó de representar cerca del 50% de los gastos
del presupuesto nacional , durante los primeros años de la Restauración, al
25-30% hasta 1909. Este recorte de los presupuestos incidió, básicamente, en
los capítulos de equipo e instrucción, precisamente en los que el Ejército se
encontraba en peor situación, provocando que muchos oficiales no contasen con
ningún cargo:
"Apenas había dinero para la
instrucción y maniobras. En algunas
guarniciones la mitad de los oficiales no tenían cargo alguno, y muchos otros
carecían de ocupaciones
precisas. Consiguientemente muchos oficiales preferían que se les dejara sin puesto
fijo para poder dedicar todo su tiempo a otro empleo distinto"[3]
Además, no se afrontó ningún
tipo de mejora o modernización del Ejército, sino, que de hecho, toda petición
o atisbo de reforma en el Ejército producía innumerables quebraderos de cabeza
al Gobierno. Lo único que se hizo fue ir tapando huecos, con unos resultados
absolutamente desastrosos. Así el Ejército español continuó con una endémica
falta de material e instrucción, tema abundantemente denunciado en la
literatura militar.
Por otra parte el transcurso
del tiempo trajo consigo otra serie de "males", tales como la
Redención en Metálico, el fraccionamiento del cuerpo de oficiales y el
intervencionismo de la corona.
La existencia de la redención
en metálico impidió la formación de un verdadero Ejército Nacional como en
otras naciones, al poder determinados individuos eludir el servicio militar,
creando una discriminación y un sentimiento de que los únicos que se incorporan
a filas eran "los de siempre".
Pese a que el Artículo tercero de
la Constitución de 1876 indicaba que : "Todo español está obligado a
defender la Patria con las armas, cuando sea llamado por la ley", en
España existía en realidad una completa desigualdad social a la hora de ser
llamado a filas. En la Ley de Reclutamiento y Reemplazo de 1885, se estableció
una redención en metálico de 1.500 pts. que permitía, una vez satisfecha esta suma
, evitar el acudir a filas. Esto supuso, en la práctica, que tan sólo aquellos
a quienes su condición social se lo permitía pudiesen evitar cumplir el servicio
militar. En 1912 se publicó una nueva Ley del Servicio Militar, en la que se
eliminaba la redención en metálico. Sin embargo, esto no trajo consigo el
final de las diferencias existentes, puesto que junto a aquellos que debían
cumplir el servicio militar se crearon dos tipos de "soldados de
cuota": el primero de ellos pagaba 1.000 pts. para cumplir diez meses de
servicio en filas, mientras el segundo cumplía únicamente cinco meses previo
pago de 2.000 pesetas. Con lo que nada cambió.
Por otro lado, el cuerpo de
oficiales se encontró sin rumbo y fraccionado. Ser militar significaba aceptar
un código de costumbres y actitudes morales, pero dejó de ser una verdadera
profesión, ya que la escasez de medios hizo que muchos de los oficiales no
tuvieran destino fijo, y aquellos que lo tenían, no encontraron ni tropas que
mandar (en numerosas ocasiones de los 120 hombres de una compañía no se podía
contar ni con un tercio a la hora de hacer la instrucción), ni medios que
utilizar. Además con el Gabinete de Raimundo Fernández Villaverde se detuvo la
adquisición de cualquier tipo de equipamiento militar, situación que duró hasta
la llegada del Gobierno Maura en 1908.
Por otra parte se produjo una clara
disociación entre la oficialidad, creándose dos grupos bien diferenciados : en primer
lugar se encontraban los oficiales burócratas, con todas las connotaciones negativas
del calificativo "burócrata", y en segundo lugar estaban los
oficiales de filas que cumplían, de mejor o peor forma con las obligaciones que
se suponen a estos, pero que se encontraban absolutamente superados por la
escasez de material, la deficiente instrucción de la tropa, la falta de
recursos y el desprecio e incomprensión de gran parte de la sociedad española.
De aquí surgió un enfrentamiento entre ambos grupos al acusar los primeros a
los segundos de incapaces y directos responsables de las derrotas sufridas en
campaña, y los segundos a los primeros de auténticos "vegetales
fósiles" cuyo mayor interés era su "sueldecito", que les dieran
los menos problemas posibles y a quienes acusaban de tener una aversión pasmosa
de estar a menos de 1.000 kilómetros del frente de combate.
Por si toda esta situación
pareciese poco, intervino la corona, así con una Real Orden publicada el 15 de
enero de 1914 se autorizaba a generales jefes y oficiales a establecer
comunicación directa con el Rey sin tener que informar a sus superiores, con
lo que se subvertía la escala de mandos. Aunque la orden en realidad autorizaba
la contestación a cartas y telegramas de felicitación o agradecimiento
enviados por el monarca, lo cierto es que se fue haciendo común la comunicación
directa sobre cualquier tema entre el Rey y "sus" militares,
saltándose por completo la escala de mando y como se dice en la Real Orden "
[...] sin intervención de persona alguna". Con lo que acabó por crearse
una "camarilla real" de militares favorecidos por sus relaciones con
el monarca.
Esta era la lamentable
situación en la que se encontraba el Ejército español en el momento de arranque
del presente estudio, situación de inicio y verdadera culpable de todos los
acontecimientos que se produjeron y principal elemento explicativo de las
reivindicaciones que planteó el movimiento juntista.
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