El núcleo de Armada española estaba compuesto por seis cruceros, una veintena de destructores y cinco submarinos. Aunque suponía una fuerza naval significativa no era, ni de cerca, la que necesitaba España para proteger los intereses marítimos de una nación que salía de una guerra civil, que había destruido sus recursos y recibía por mar la casi totalidad de sus importaciones. Tampoco era mejor el estado de las bases situadas en tierra desde donde operaban estas naves. No se contaba por tanto ni con acorazados ni, por supuesto, con portaaviones, navío éste determinante durante la guerra, del cual solamente Estados Unidos llegó a fabricar más de 90 unidades.
De los 6 cruceros, sólo tres eran operativos: El buque insignia, el crucero pesado Canarias, el crucero ligero Navarra, y el crucero ligero Almirante Cervera. Los otros tres, el siempre desfasado Méndez Núñez, el crucero Galicia y el crucero Miguel de Cervantes, todos cruceros ligeros de la clase Cervera, se encontraban en astilleros, sin dotación, en una eterna operación de reacondicionamiento. Demasiado lentos, mal armados y peor blindados no eran rivales para otros navíos contemporáneos, como por ejemplo el Hood británico o la clase Dunkerke francesa, una respuesta a la clase Scharnhorst alemana.
En cuanto a los destructores, una cuarta parte tenían una edad que se aproximaba a los veinte años, carecían de valor militar y cumplían funciones de buque escuela. Los destructores eran de la Clase Churruca y Clase Alsedo. En cuanto a la Clase Ceuta y la Clase Teruel eran viejos destructores cedidos por Italia durante la Guerra Civil. Comparativamente hay que tener en cuenta que sólo Estados Unidos había cedido en septiembre de 1940 50 destructores al Reino Unido para hacer frente a la guerra submarina en el Atlántico.
Los submarinos eran muy anticuados, respecto a los de otros países, la mayoría pertenecía a las clases B y C. Como ocurría en el caso de los destructores, Italia también cedió submarinos, la llamada Clase General Mola. Sólo los soviéticos, que no era una de las grandes potencias navales de la época, contaba con hasta 40 unidades de este tipo en el mar Báltico en 1940.
La carencia de oficiales, fruto de la situación producida en España entre 1936 y 1939, la escasez de repuestos y de combustible y, como consecuencia, el bajo adiestramiento de las dotaciones, reducían aún más el valor práctico de la Armada.
El 8 de septiembre de 1939, estando aún el Gobierno en Burgos, se promulgó una ley que establecía la construcción de cuatro acorazados, dos cruceros protegidos doce cruceros ligeros, cincuenta y cuatro destructores, treinta y seis torpederos, cincuenta submarinos, cien lanchas rápidas, buques auxiliares, pertrechos y repuestos. Por supuesto, este programa nunca se llegó a efectuar por el devenir de los acontecimientos posteriores.
A la vista de la situación política mundial, este programa naval se diseñó como directiva para la creación de una fuerza naval que pudiera jugar un papel decisivo como aliado menor de uno de los bandos en conflicto. El programa se basaba en la ayuda técnica que habría de recibir España, ya que nuestra industria no estaba en condiciones de construir por sí sola buques de guerra modernos de alguna importancia.
No habían hecho más que iniciarse las conversaciones con los italianos para la construcción en España de acorazados de la clase “Littorio”, cuando se inició la II Guerra Mundial. Quedó detenido el programa naval antes de nacer y el esfuerzo industrial, sin la cooperación extranjera, se centró en la modernización de las unidades existentes.