España volvió a involucrarse en los conflictos europeos. Las causas de este cambio hay que buscarla en el estallido de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648). El conde-duque de Olivares, valido del rey, era decidido partidario de la guerra con la que pretendía mantener la hegemonía de los Habsburgo en Europa y frenar el protagonismo de Francia. A pesar de algunas victorias iniciales (Breda, 1625), muy pronto se sucedieron las derrotas (Rocroi, 1643). La Paz de Westfalia (1648) puso fin a la guerra e hizo patenta el declive de la monarquía hispánica. La guerra consumió enormes recursos y empobreció a Castilla. Olivares intentó, a través de una Junta de Reformación que redactó un Gran Memorial, reclutar hombres e impuestos en el resto de territorios hispánicos (Unión de Armas), pero sus exigencias acabaron provocando el levantamiento en 1640 de Cataluña y Portugal. En Cataluña la revuelta fue sofocada pero Portugal acabó separándose de la Corona española. La paz se firmó definitivamente con Francia en 1659 (Paz de los Pirineos), pero significó el inicio del ocaso de la hegemonía española en Europa.