Sin lugar a dudas uno de los conflictos que más influencia tuvo en la historia de España fue la Guerra de sucesión, ya que como consecuencia de ella España nunca volvería a poder disputar la hegemonía europea a naciones como Francia o Inglaterra tras perder todas sus posesiones europeas. La llegada de la casa de Borbón modificaría profundamente el viejo orden de los Habsburgo.
La Guerra de Sucesión española (1702-1714)
Antecedentes
A finales de siglo XVII dos potencias se disputaban la hegemonía continental por un lado la Francia de Luis XIV y por el otro el Sacro Imperio de la casa de Austria. En este contexto internacional la más que clara muerte del rey de España Carlos II “El hechizado” sin descendencia sería objeto de disputa internacional.
Dos eran los posibles pretendientes y sucesores del monarca español.
Por una parte el archiduque Carlos de Austria, segundo hijo del emperador Leopoldo I, el cual aseguraría la continuidad de la casa de Habsburgo en el trono peninsular y el sistema de alianzas vigente en Europa desde finales del siglo XV. El otro pretendiente era el príncipe Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV y de la infanta española María Teresa de Austria, hermana de Felipe IV. Esta opción suponía una total inversión de las política española desde tiempos de Fernando el Católico, además de la llegada de una nueva dinastía y forma de Gobierno.
Tras numerosas intrigas en la corte española, donde destacan las figuras del conde de Oropesa, proaustriaco, y del cardenal Portocarrero, profrancés, Carlos II finalmente declaró como su legítimo heredero, poco antes de su muerte el 1 de noviembre de 1700, al príncipe francés. Se creía que de esa manera sería posible mantener la integridad de la monarquía y acabar con el constante peligro de la poderosa Francia, Luis XIV ya había firmado anteriormente dos acuerdo de reparto de los territorios europeos con otras potencias y desde 1659 las sucesivas guerras con Francia habían terminado en paces desfavorables como Aquisgram, Nimega o Ratisbona.
De todas formas la designación de Felipe tenía dos limitaciones, por un lado que las coronas de España y Francia no debían unirse nunca en la misma persona y por otro la obligación de preservar la integridad territorial de las posesiones españolas. Cosa esta última que no sería en absoluto respetada por el nuevo Rey.
Inicialmente nadie, ni a nivel nacional ni internacional, salvo Austria, se opuso a la designación de Felipe V como rey de España. Pero pronto las potencias europeas recelaron del inmenso poder que suponía la unión de las que habían sido las dos mayores potencias continentales de los últimos siglos, si bien no en la misma persona si perteneciendo a la misma dinastía, la casa de Borbón.
Así en 1701 se constituyó la Gran Alianza de La Haya, formada por Austria, Inglaterra, Países Bajos y Dinamarca. Posteriormente se unieron a ella Portugal, Prusia y Saboya, pese a que el duque de esta última era suegro del nuevo monarca español. En 1703 los miembros de la Gran Alianza declararon la guerra a Francia y España, iniciándose la Guerra de Sucesión española. En ese mismo año el archiduque Carlos de Austria fue proclamado solemnemente en Viena rey de España con el título de Carlos III.
La guerra en Europa
En el plano internacional la Guerra de Sucesión fue un conflicto bélico que unió a casi toda Europa contra Francia y las posesiones españolas. Pero en España supuso un enfrentamiento entre los Estados de la Corona de Aragón, que pese a haber reconocido formalmente a Felipe V como su legítimo rey, tras jurar este frente a las correspondientes cortes, prefirieron cambiar de monarca y pasarse al bando austriaco, y la Corona de Castilla que permaneció fiel y leal a su rey, incluida Navarra.
Las primeras batallas se produjeron en 1701 cuando las tropas austriacas atacaron las posesiones españolas en Italia, a donde se trasladó en persona el nuevo monarca. Por su parte Francia decidió atacar el corazón del imperio, pensando que las tropas de la Gran Coalición se encontraban ocupadas en el Norte de Italia y en el Flandes español. Sin embargo, los franceses fueron derrotados en 1704 en Blenheim por un ejército al mando del duque de Malborough.
Así mismo, en 1706 tras la derrota de Ramillies se perdía el control sobre Flandes, posteriormente, los franceses eran derrotados en las batallas de Lille y Audenarde. No fueron mejor las cosas en Italia donde tras unos limitados éxitos hispano-franceses se perdía el ducado de Milán y hasta el reino de Nápoles.
La guerra en la Península
A nivel nacional el primer ataque anglo-holandés se produjo en 1702 sobre Cádiz, pero tras saquear Rota y el Puerto de Santa María el ataque sobre la capital fracasó, posteriormente se produciría, el mismo año, un ataque sobre Vigo donde los aliados consiguieron hacerse con parte del cargamento de plata que la flota de Indias estaba desembarcando, lo cual supuso un grave quebrando para la Hacienda española.
En 1704 las tropas españolas con su rey a la cabeza atacaron Portugal, mientras una flota aliada fracasaba en su intento por sublevar Cataluña, gracias a la defensa que hizo de Barcelona don Francisco de Velasco. Pero ese mismo año una flota anglo-holandesa al mando del príncipe de Darmstadt y el almirante inglés Rooke desembarcaba un ejército en Lisboa y posteriormente ocupaban la plaza de Gibraltar en nombre del rey de España, Carlos III.
El año 1705 fue el del comienzo generalizado de la contienda.
Tras la indecisa batalla naval de Marbella, en agosto de 1704, en verano de 1705 un ejército aliado desembarcaba en Valencia y Cataluña que se rebelaban contra Felipe V a favor del archiduque Carlos, el cual desembarcaba en Barcelona entre los vítores de sus nuevos súbditos. En 1706 también cambiaban de bando Aragón y Mallorca. Las razones para esta traición habría que buscarlas en el marcado carácter antifrancés de toda la Corona de Aragón, enemigos tradicionales desde el siglo XII y en el hecho de que en 1706 la guerra parecía que tomaba un marcado rumbo a favor de las armas austriacas.
Por su parte Castilla y Navarra permanecieron fieles al rey.
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En 1706 dos ejércitos aliados, uno operando desde Portugal, remontando el Tajo, y el otro desde Aragón consiguieron hacerse con el control temporal de la capital, Madrid, a donde llegó el archiduque Carlos que tomo posesión oficial del Real Alcázar. Mientras Felipe V y la familia real se trasladaban a Burgos. Pero la resistencia de madrileños y castellanos, totalmente fieles al rey obligaron a retirarse a Levante a los aliados.
Al año siguiente, en 1707, las tropas hispano-francesas al mando del duque de Berwick , un inglés al servicio de Francia, derrotaban decisivamente a los aliados (ingleses, portugueses, holandeses y alemanes) al mando de lord Galloway, un francés al servicio de Inglaterra, en Almansa, lo que suponía la pérdida por parte de los imperiales del dominio de Valencia, gran parte de Aragón e incluso Lérida, además ambos reinos vieron desaparecer sus fueros, privilegios, leyes e instituciones “por el rebelión que cometieron”, según reza textualmente en el Decreto de Nueva Planta firmado por el rey. A partir de entonces la guerra a nivel nacional se decantaba a favor de las armas de la casa de Borbón.
En julio de 1710 las tropas felipistas eran derrotadas en Almenara y posteriormente en agosto eran nuevamente derrotados en Zaragoza propiciando una nueva entrada del archiduque en Madrid, ese mismo mes. Pero ante la frialdad del recibimiento de los madrileños las tropas del archiduque se dirigirán a Toledo. Ante la amenaza de un nuevo ejército borbónico que se reunía en Talavera de la Reina decidieron un repliegue sobre Aragón. Las tropas aliadas fueron divididas en contingentes de acuerdo a su nacionalidad, en retaguardia marchaban los ingleses de Stanhope. Llegaron a Brihuega el 6 de diciembre y dos días después eran rodeados y tras sufrir un intenso bombardeo obligados a capitular. El resto de las tropas aliadas al mando de Stahremberg presentaron batalla en Villaviciosa, donde fueron derrotados de forma decisiva. Los restos del ejército aliado llegaban maltrechos a Barcelona el 6 de enero de 1711. Ese mismo año el duque de Noailles tomaba Gerona.
En septiembre de 1711 el ahora nuevo emperador Carlos abandonaba Barcelona para ceñirse la corona imperial en Viena. En 1712 eran los ingleses los que se marchaban para concentrarse en la isla de Menorca, conquistada en 1706. Y finalmente entre marzo y julio de 1713 los imperiales al mando de Stahremberg hacían lo propio. Ese año las tropas españolas tomaban Mataró, Manresa y Solsona, con lo que a inicios de 1714 dejaba la resistencia limitada a Barcelona, Cardona y unas pocas partidas a retaguardia.
El 11 de septiembre de 1714 el ejército borbónico lanzaba el asalto final sobre la rebelde ciudad condal, que había sufrido un largo asedio, la cual capitulaba incondicionalmente dos días después.
Los acuerdos de paz
A partir de 1705 el panorama internacional iba a cambiar completamente. Ese año moría el emperador Leopoldo I, sucediéndole su hijo José I que fallecería sin descendencia en 1711, su sucesor fue su hermano, el archiduque Carlos. Esta nueva situación hizo que Inglaterra en primer lugar, y el resto de aliados perdiesen el interés en defender los derechos de Carlos III. Ya no se trataba de evitar una hegemonía de la casa de Borbón, sino de evitar la aparición de ni más ni menos un nuevo siglo presidido por un poderosísimo emperador de Austria que además sería el nuevo rey de la Monarquía hispánica.
Evidentemente a ninguno de los contendientes convencía esta segunda opción.
Los primeros contactos entre los beligerantes se habían producido ya en 1709. Pero no fue hasta finales de 1711 cuando los británicos empezaron a negociar con Francia, en 1712 eran franceses y holandeses los que se sentaban en la mesa de negociaciones. Fruto de estos contactos el 11 de abril de 1713 se firmaba en la ciudad de Utrech un armisticio entre España, Francia, las Provincias Unidas e Inglaterra, verdadera inspiradora y beneficiaria de este acuerdo. Pese a ser esta la más conocida no fue la única.
En 1714 se firmaba la paz entre España y las Provincias Unidas, sobre la base de una serie de acuerdos económicos y comerciales. Así mismo, se entregaba la isla de Sicilia a Saboya, aunque luego quedaría como posesión austriaca a cambio de Cerdeña. Finalmente en Rastatt imperiales y franceses acordaban la entrega de los Países Bajos españoles a Austria, sin que Felipe V pudiese opinar al respecto. La paz con Portugal se firmaría en 1715 entregándoles la colonia del Sacramento, actual Uruguay.
Las consecuencias de esta guerra fueron tan importantes que marcarían el transcurso de todo el siglo XVIII al establecer un nuevo mapa europeo. Territorialmente los grandes beneficiados fueron Austria e Inglaterra.
La primera se quedó con la mayor parte de los territorios europeos de la monarquía hispánica el ducado de Milán, Flandes, Nápoles y Sicilia. Inglaterra obtuvo Gibraltar, Menorca y Terranova, lo que le concedía unas bases navales de primordial importancia en su futura hegemonía marítima, especialmente en el Mediterráneo. Pero sobre todo Inglaterra obtuvo unos destacados beneficios económicos como la exclusividad en el Asiento de Negros, es decir el monopolio del tráfico de esclavos con la América española, y la autorización para enviar un navío para comerciar con las Indias, el navío de permiso. Saboya recibió como premio una importante ampliación territorial, incluida la isla de Cerdeña y el título de rey para la casa gobernante.
Sin duda la gran perjudicada fue la Monarquía hispánica. La pérdida de sus posesiones europeas y las concesiones económicas hicieron que España se convirtiese en el siglo XVII en una potencia que nunca más pudo recuperar su posición de antaño siempre a remolque de británicos y franceses. A nivel interno los cambios fueron profundos e importantes. La rebelde Corona de Aragón vio desaparecer completamente todos sus privilegios políticos y económicos, para ser administradas exactamente igual que Castilla. Sin embargo, navarros y vascos que permanecieron fieles al legítimo rey conservaron todos sus fueros y privilegios, incluidos los fiscales.
Reformas en la organización del Estado.
La monarquía centralista
La llegada de Felipe V a España supuso la introducción de la forma de gobierno del absolutismo monárquico, cuyo mejor ejemplo fue el abuelo del rey, Luis XIV. Todos los poderes se concentraban en el monarca, que era gobernador, legislador y juez. Además el sistema administrativo estaba unificado y centralizado. Por lo tanto en España hubo que reorganizar la administración central, para que el rey fuera el único depositario del poder político y para que todos los funcionarios que detentaran cargos de gobierno fueran sus representantes.
Los Consejos de la época de los Habsburgo fueron sustituidos por secretarios de despacho, normalmente fueron seis, aunque hubo diversos cambios durante el siglo. Fueron las secretarias de Guerra, Marina, Hacienda, Justicia, Estado e Indias. Todos los secretarios eran nombrados y destituidos libremente por el rey, de quien les provenía toda su autoridad. Los consejos fueron perdiendo su importancia, además algunos de ellos eran innecesarios al perderse los territorios de los que eran competentes, como Flandes o Italia y desaparecieron.
El único que mantuvo cierta importancia fue el de Castilla, que absorbió al de Aragón. Durante el siglo XVIII el Consejo de Castilla fue un órgano consultivo pero también actuaba como Alto Tribunal de Justicia. Sus miembros, presidente y fiscales, emitían informes sobre cuestiones de gobierno interior. Sus componentes eran importantes miembros de la Administración o juristas, todos ellos nombrados por el rey.
Por su parte las Cortes de la corona de Aragón fueron abolidas, siendo sólo convocadas las Castellanas desde 1709, aunque las Navarras se mantuviesen hasta el siglo XIX. Su función fue la de de discutir las peticiones que presentaba el rey y jurar al heredero de la Corona, el príncipe de Asturias.
La administración provincial sufrió importantísimos cambios. Se puede hablar de una unificación política que en la práctica era una centralización. Todos los antiguos reinos de la Corona de Aragón perdieron sus fueros, privilegios, exenciones y libertades. Felipe V decidió tales medidas por haberse sublevado en su contra, como legítimo rey al cual habían prestado juramento. En todos ellos se aplicarían las mismas leyes que en Castilla, son los Decretos de Nueva Planta de 1707 para Valencia y Aragón, de 1715 para Mallorca y de 1716 para Cataluña. Sin embargo Navarra mantuvo todos sus fueros, usos y costumbres y hasta sus propias Cortes, por haber permanecido fieles al rey, al igual que las Vascongadas que conservó sus privilegios fiscales por idéntico motivo.
Las nuevas autoridades establecieron una nueva división territorial en provincias, no exactamente iguales a las actuales.
Al frente de cada una de ellas estaba un capitán general, que ostentaba el mando de las tropas de dicha demarcación y ejercía los poderes políticos y administrativos. Para asesorarle había una Audiencia, la cual además seguía teniendo competencias judiciales, ejerciendo como un tribunal de justicia. Para fiscalizar la administración se implantó la figuran francesa del intendente, que desempeñaba entre otras funciones las de Hacienda y además era el alcalde de la capital.
La Hacienda
A raíz de la reforma administrativa se realizó una reforma impositiva. Con motivo de los Decretos de Nueva planta en la antigua corona de Aragón se había establecido el catastro, obra de Patiño en Cataluña a partir de 1714, Talla en Mallorca, Única contribución aragonesa o el equivalente valenciano. Se establecía un cupo anual que debía pagar cada provincia y se repartía su pago de acuerdo a la riqueza agraria, comercial e industrial, sin excepción ninguna. Además los antiguos impuestos pasaron a ser recaudados por la Hacienda real.
Los resultados fueron tan buenos que se intentó implantar en Castilla, sin embargo el proyecto de catastro del marqués de la Ensenada tropezó con la oposición de los estamentos privilegiados, que inundaron la secretaria de recursos y reclamaciones.
Para aumentar los ingresos del Estado La Hacienda se recurrió a los sistemas tradicionales. Se crearon nuevos monopolios y Compañías privilegiadas, se acudió a los estancos, como el del mercurio, tabaco o sal, y se procedió a la emisión de vales reales, creándose en 1782 el Banco de San Carlos. Además en 1763 se introdujo la lotería.
En el último tercio del siglo XVIII se llevaron a cabo diversas medidas liberalizadoras de la economía:
En 1765 se decreto la libertad de precios y circulación para los cereales.
En 1778 se aprobaba la libertad de comercio con la Indias para todos los puertos españoles.
En 1783 se declaró la honradez de todas las profesiones.
En 1790 se dio libertad para ejercer cualquier oficio sin tener que pasar el examen del gremio.
El Ejército y la Marina
Durante el siglo XVIII se acometió una importante reforma de ambas instituciones, que si bien no ostentaría una hegemonía como en siglos pasados, si que permitieron a España situarse a un buen nivel dentro de las potencias europeas. Felipe V eliminó los tercios, adoptando el modelo francés de regimientos, sin embargo la principal reforma se debe a Carlos III con sus reales Ordenanzas de 1768, que permitieron la creación de un ejército profesional basado en un sistema mixto de levas forzosas y regimientos mercenarios de extranjeros, valones, suizos o irlandeses, totalizando unos efectivos superiores a los 85.000 hombres.
La Marina fue una obra colectiva, donde destaca José Patiño, se crearon tres departamentos marítimos: Ferrol, Cartagena y Cádiz, con arsenales y astilleros en todos ellos, además se creó un cuarto en La Habana donde se construiría el mayor barco de todo el siglo XVIII, el Santísima Trinidad de nada menos que cuatro puentes. A finales de siglo la flota española se encontraba entre las mejores de su época, durante ese siglo se construyeron o compraron 262 navíos y más de 200 fragatas, en total 904 buques de toda clase.