"Una tía mía, Soledad Arruti Etxegoyen, trabajaba en la consigna de la estación de Amara, en San Sebastián. Yo solía ir a ayudarla para ganarme unas pesetillas. Aquel día dejé a mi niña con ella mientras yo iba a un comercio cercano a comprarle unos zapatitos para ir a Navarra. Cuando volví, había un lío tremendo. ¡Había estallado una bomba! Mi hija estaba abrasada y otras personas, entre ellas mi tía, heridas. Fue horrible". Jesusa Ibarrola Telletxea, a sus 83 años, se mantiene lúcida y fuerte. Pero no puede reprimir el llanto porque conserva en carne viva el recuerdo de aquella tragedia pese a que ha transcurrido ya medio siglo de lo que luego, mucho tiempo después, se ha sabido que fue el primer atentado de ETA con resultado de muerte.
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