Hitler quemaba libros, pero también los leía. Que hiciera ambas cosas -además de desatar la II Guerra Mundial y ordenar el exterminio de los judíos- lo convierte en un lector muy especial. Su relación con los libros, incluso con los que no quemaba, no era amable. Hitler, incapaz de relaciones profundas y sinceras de amor o amistad -hasta las que sentía por Eva Braun y por su perra alsaciana Blondie eran afectos envenenados, y valga la palabra-, tampoco iba a tener ese cariño por los libros, que es el sello de los bibliófilos decentes.
Enlace al artículo completo
No hay comentarios:
Publicar un comentario