Se trató de una conquista rápida. Esto se debió a que el Estado visigodo se encontraba en crisis, las divisiones internas entre los clanes visigodos fue un factor bastante decisivo y éstas llegaron a un punto álgido con la elección del rey Rodrigo en el 710.
Dicha elección desencadenó una situación de semi guerra civil a raíz de la cual los mismos visigodos iban a ser quienes facilitaran el acceso de las tropas arabo-beréberes. Este hecho quedó agravado por la casi inexistencia de un ejército real. Rodrigo, con una autoridad muy degradada y en plena campaña militar contra los vascones y los astures, contaba con pocos hombres, y menos aún que le fueran totalmente fieles.
A la desorganización política y militar de la última monarquía visigoda hay que añadir otros fenómenos con un cariz más eminentemente social. La sociedad visigoda era muy desigual. Una minoría de nobles godos –duces en las provincias y comites en las ciudades– y de oligarcas hispanorromanos se oponía a un pueblo llano de artesanos libres, en las ciudades, y esclavos o libertos en las zonas rurales que eran las más numerosas. La situación de estos últimos se hizo económicamente insostenible, a finales del siglo VII, a raíz de las malas cosechas y otras catástrofes como la hambruna y las epidemias, y la grave crisis económica y comercial condujo a un aumento considerable de la presión fiscal.
Esta situación de crisis social se hizo especialmente patente en las ciudades en las que, por otro lado, reinaba un gran descontento por la pérdida de los privilegios de que gozaban en tiempos de los romanos y por la regresión económica a la que eran sometidas. Cobra especial relevancia la persecución de los judíos que habían quedado inhabilitados económicamente y reducidos a la esclavitud, tras las severísimas leyes de 693 y 694. Todo esto permite comprender que determinados sectores sociales vieran en la llegada de los musulmanes una especie de liberación o que, por lo menos, pensasen que, en cualquier caso su suerte no tenía por qué ser peor. Si a esto le añadimos esa especie de “libertad de culto” del estatuto de los dimmíes, no nos ha de sorprender que para muchos, y sobre todo entre la población judía, la venida de los musulmanes fuese la garantía de un futuro mejor.
En el 670, los árabes consiguieron fundar la ciudad de Qayrawān (Cairouan, Túnez) pero tuvieron que hacer frente, a la hostilidad de las tribus beréberes y a la presencia de los bizantinos que ocupaban la región de Cartago. A finales del siglo VII las principales tribus de beréberes de la zona fueron sometidas y se convirtieron al Islam; en el año 698 los bizantinos fueron expulsados de Cartago. Hacia 700 se inician campañas para la conquista de las actuales Argelia y Marruecos. El nombramiento de Mūsà ibn Nuşayr, hacia 708, como gobernador independiente de Ifrīqiya (la nueva provincia del norte de África, con capital en Qayrawān, que pasaba a depender directamente del califa de Damasco) dio un impulso nuevo al avance. Circulaban en aquella época, rumores sobre las extraordinarias riquezas de la España de los visigodos, con lo cual se fue forjando la idea de que, caso de presentarse una ocasión favorable, resultaría interesante lanzar una expedición del otro lado del estrecho de Gibraltar.
Por lo visto, los primeros contactos del conde Julián (exarca bizantino) con los musulmanes se remontarían al 710 cuando un oficial bereber, Tarif, junto a 400 hombres saqueó la zona próxima a Tarifa (Yazïrat Tarif). En el 711, Julián puso sus naves a disposición de un primer ejército de unos siete mil hombres, dirigido por el gobernador de Tánger, el bereber Ţarīq ibn Ziyād (que daría nombre a la “montaña de Ţarīq”, Ŷabal Ţarīq, es decir “Gibraltar”). La fecha de la expedición había sido muy bien elegida pues, en ese preciso momento, el rey Rodrigo se hallaba en el frente norte luchando contra los vascones, lo cual permitió a los musulmanes crear una base de operaciones en la futura Algeciras ( al-Yazïrat al-jadra) y esperar los refuerzos de cinco mil hombres más. Dos meses más tarde tuvo lugar el enfrentamiento entre las tropas de Rodrigo y las de Ţarīq, en un lugar que se suele identificar con el río Barbate y que la tradición historiográfica ha llamado “la batalla de Guadalete”. Fue una completa derrota para Rodrigo quien desapareció durante el enfrentamiento. Por lo visto, durante el combate, algunos jefes visigodos abandonaron a Rodrigo llegando incluso a cambiar de bando: eso es, por ejemplo, lo que cuentan las crónicas medievales de Oppas, hermano del rey Witiza y que fuera metropolitano de Sevilla y luego de Toledo. Oppas, junto con el conde don Julián se convertirán para la historiografía posterior paradigma de “traidor”. Actualmente se estudia la posibilidad de que el rey Rodrigo se retirase junto a un grupo de leales a Mérida donde se ha encontrado una tumba que pudiera corresponder a dicho rey.
Esta victoria supuso el derrumbamiento del poder visigodo. Además destacados miembros de la aristocracia visigoda se habían pasado al bando musulmán, esperando así obtener un honroso reparto del territorio. Tal era el caso del “el clan de Witiza” en el que hallamos al ya mencionado arzobispo Oppas pero también al conde Cassius y sus familiares que tenían el control del Valle del Ebro y que no tardarían, con la llegada de los musulmanes a su región, en 714, en convertirse al Islam. Ante tal coyuntura y pensando que ésta podía cambiar, Ţarīq se apresuró a conquistar ciudades importantes, aunque ello presentara riesgos, como Córdoba y Toledo –donde Ţarīq se instaló para pasar el invierno–. En algunos casos los duces y comites visigodos pactaron interesantes rendiciones, como ocurrió con Teodomiro (quien dejará su nombre a la región de Murcia: Tudmīr), posiblemente hacia 713. Pero en muchos casos, fueron las mismas poblaciones locales las que, en vez de ofrecer resistencia, apoyaron y facilitaron la llegada e implantación del nuevo poder militar: especialmente los tan perseguidos judíos pero también amplios sectores de la población civil, muy descontenta del anterior poder visigodo. Sin embargo, hay que tener en cuenta, para comprender este hecho, en apariencia insólito, que posiblemente para las poblaciones autóctonas compuestas sobre todo de hispanii, los nuevos ocupantes no eran a priori mucho más “extranjeros” que los anteriores, esos barbari venidos del norte de Europa. Además esa primera religión islámica no resultaba tan extraña a ojo de muchos visigodos que habían sido cristianos de rito arriano.
A la rápida campaña de Ţarīq siguió, algunos meses después, la de Mūsà ibn Nuşayr quien en julio de 712 desembarca con casi 20000 hombres, árabes en su mayoría. Conquistó Sevilla y en tierras extremeñas tuvo que hacer frente a un foco de resistencia organizada por parte de los visigodos. Los hombres de Mūsà tuvieron que replegarse en la ciudad de Mérida donde fueron sitiados por los visigodos hasta junio de 713. En 714 se inicia una campaña hacia el norte: Mūsà conquista Zaragoza y Ţarīq algunas zonas de la región de León, como la capital, León y Astorga. No sabemos exactamente por qué, Mūsà tuvo que detener su progresión al ser llamado por el califa de Damasco, abandonando, por tanto, la Península en el último trimestre de 714. Dejó al mando de los territorios conquistados a su hijo ‘Abd al-‘Aziz quien continuó la progresión aunque fue asesinado en 716. En estos años hay que fechar las conquistas de zonas importantes como Málaga e Iliberis (cerca de Granada), en el sur, y Pamplona, Tarragona, Gerona y tal vez Narbona, en el norte.
Dos aspectos esenciales definen la naturaleza de la sociedad propiamente musulmana en Al-Andalus. La rápida aceptación por parte del sustrato romano-visigodo y la gran variedad étnico-social que aportan los invasores extranjeros.
Los muladíes, nuevos conversos, constituyen la base de la sociedad su conversión fue masiva y en un corto periodo de tiempo afectando a todos los grupos sociales.
Favorecida por las ventajas fiscales y económicas que suponía la entrada en la Unma, la renovación del Islam frente a un cristianismo decadente y agotado y por último el deslumbramiento económico y cultural de la civilización musulmana que se genera en el renacimiento de las ciudades.
La variedad étnica y social de los musulmanes llegados a España será el principal foco de tensiones internas a las que se sumarán en ocasiones mozárabes y muladíes.
Los bereberes constituían el grupo más numeroso y son marginados por la élite dirigente árabe que les apartan del acceso a posiciones privilegiadas y provocan continuas revueltas tanto en el Magreb como en Al-Andalus. Se asentaron en las dos Mesetas, especialmente en la Meseta Norte.
Los árabes procedentes de Siria y Arabia forman una reducida élite social. Controlan la administración, el ejército y reciben grandes latifundios territoriales pero también aparecen divididos en clanes familiares. Árabes (que se quedaron con las mejores tierras de Andalucía), sirios (se asentaron en las tierras granadinas), egipcios (en las tierras murcianas)
Negros y eslavos son el tercer grupo extranjero. Procedentes del Sudán y el este de Europa entran como esclavos formando parte de los ejércitos califales. Con el tiempo son manumitidos y en el caso de los eslavos llegan a ocupar altos cargos de la administración, asentándose en la zona de Levante.
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