Españoles en el Rif





De todas las fotos de "Españoles en el Rif", es sin duda ésta una de las que con más cariño contemplo. Legionarios de la II Bandera tras la toma de Tauriat Hamet, con el jefe de la Bandera, el comandante Carlos Rodríguez Fontanés, que es el caballero con bigote y un pitillo que aparece en el centro. 

Fontanés fue el primer Jefe legionario muerto en combate, en concreto en el asalto a la posición de Anvar en marzo de 1922, unos meses después de tomarse esa fotografía. Las circunstancias que rodearon su muerte deberían servirnos para reflexionar, aunque sólo fuese un minuto, sobre la gente serena, animosa y excepcional que está dispuesta a darlo todo por defender lo que somos. 

El periodista y escritor Carlos Micó España, enrolado en las filas del Tercio de Extranjeros por aquella época, dejó escrito un emotivo relato sobre la muerte de D. Carlos: "lgnoro aún los detalles de las circunstancias en que fue herido el heroico Comandante. Solo puedo ofrecer al lector el conmovedor relato que me hizo alguien. El día antes de ser herido hablaba el Comandante con el Capitán Médico señor Pagés, que tantos cientos de vidas ha salvado en el Ejército de África. 
-Cómo se conoce que es usted soltero, mi Comandante; si no, no se batiría con tanto desenfado, con ese denuedo. 
--¿Cómo soltero? Viudo y con nueve hijos, dos varones; el mayor de éstos, aún menor de edad, es fraile; el que le sigue se está preparando para ingresar en el Cuerpo de Correos. Las niñas son muy pequeñitas todavía. Ahora viven son su abuela, mi madre, ya ancianita. Hace un mes que murió mi hermana, que era quien las cuidaba. 
Y ante un significativo gesto de piedad y de estupor que hiciera el Capitán Pagés, el Comandante Fontanes prosiguió humildemente, como si quisiera disculparse de su temeridad, hacerse perdonar su diario heroísmo: 
 --Es que no se me ocurre que me pueda pasar nada; como oye uno tantas balas y aún no me ha dado ninguna, me he acostumbrado a no concederles mucha importancia. Además, se curan tantos que hay que pensar que no todos los proyectiles traen la muerte. Lo único que me preocupa muchas veces son las heridas de vientre. 
 --Pues esas heridas no deben preocuparles más que las otras. Con tal de poder hacer la primera cura dentro de las cuatro horas que siguen al momento de producirse la herida, no hay gran peligro de muerte. A mí no se me ha muerto ningún herido en esas circunstancias. 

Y como el Capitán Pagés, que está reputado con justicia como uno de los tres mejores cirujanos del Cuerpo de Sanidad, infunde gran confianza, el pobre Fontanes no olvidó estas palabras. Al día siguiente de haber tenido esta conversación fue cuando cayó herido de un balazo; la balita de plomo habíasele alojado en los intestinos. Cuando lo transportaban en camilla a un lugar desenfilado de los proyectiles enemigos, dijo, sacando su reloj y mirando la hora: 
--Que avisen al doctor Pagés, a ver si puede venir. Dónde está? Eran las dos de la tarde. El heliógrafo funcionó preguntando por el Capitán Pagés, que se encontraba a muchos kilómetros de distancia, no se sabía dónde. A las cuatro sacó de nuevo su reloj: 
 --¿Han avisado al doctor Pagés? --volvió a preguntar--. Parece que tarda; han pasado ya dos horas.. . "A las cinco:" No va a llegar.. . Queda poco.. . "Transcurrida otra inacabable hora, volvió a consultar su reloj y dijo: 
 --Son las seis; ya venga o no venga.. . Ya no importa.. . ya es tarde... Mis pobrecitos hijos.. . No volvió a mirar más la hora.

Transcurría la noche triste en medio de aquel campo, sin la augusta calma que a esas horas suele bajar de las estrellas; el fuego horrísono; la tragedia conmovía a la naturaleza. Un rayo de luna bañaba la faz del moribundo, iluminando sus últimos momentos. Ya de madrugada, dijo sus últimas palabras: --Mis hijitos. .. Pero es por la Patria; no importa. Decid al Teniente Coronel que muero gritando: ¡Viva La Legión! "Y este grito, que a todos siempre nos conmueve profundamente, se le ahogó en la garganta, atropellado por el estertor de la agonía". 

"Los hombres que rodeaban su camilla mortuoria, esos hombres avezados, de corazón siempre enhiesto de entusiasmo y de virilidad, rompieron a llorar a raudales, acongojados"

Fuente: Carlos Molero