Caspar David Friedrich (1774-1840) es uno de esos escasos hombres movimiento. Son artistas que representan, ellos solitos, una escuela pictórica y que, por tanto, siempre que se cita el estilo aparecen como ejemplo.
El nombre de Friedrich va unido al Romanticismo y, más concretamente, al género del paisaje sublime. Según el gran filósofo de la Ilustración Immanuel Kant, el sentimiento sublime es enemigo de la belleza clásica y surge cuando la razón no encuentra sosiego ante una manifestación de la naturaleza o del arte para la que no halla un concepto adecuado.
Por ejemplo, las montañas nevadas y los acantilados, tan caros a Friedrich, dan una idea enfermiza de la grandeza, pues animan la imaginación a inventar posibilidades grotescas u horribles que no pueden considerarse ni bellas ni clásicas.
Estos motivos románticos se leen como metáforas del estado mental del contemplador, que suele aparecer como un sujeto pequeñito, borroso y anonadado ante la magnificencia de la naturaleza, como el negro 'Monje a la orilla' del mar de Friedrich que ocupa el centro de un paisaje formado por franjas de colores oscuros degradados, a la manera del expresionista Rothko. El artista logra comunicar ideas y sentimientos con la única ayuda de los elementos del lenguaje plástico, es decir, sin el concurso de la retórica clásica que ayudaba a interpretar el sentido de las escenas.
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