2.1. Evolución política: Conquista, Emirato y Califato de Córdoba.





1.- LA CONQUISTA (711-716)

Se trató de una conquista rápida. Esto se debió a que el Estado visigodo se encontraba en crisis, las divisiones internas entre los clanes visigodos fue un factor bastante decisivo y éstas llegaron a un punto álgido con la elección del rey Rodrigo en el 710. Dicha elección desencadenó una situación de semi guerra civil a raíz de la cual los mismos visigodos iban a ser quienes facilitaran el acceso de las tropas arabo-beréberes. Este hecho quedó agravado por la casi inexistencia de un ejército real. Rodrigo, con una autoridad muy degradada y en plena campaña militar contra los vascones y los astures, contaba con pocos hombres, y menos aún que le fueran totalmente fieles.

A la desorganización política y militar de la última monarquía visigoda hay que añadir otros fenómenos con un cariz más eminentemente social. La sociedad visigoda era muy desigual. Una minoría de nobles godos –duces en las provincias y comites en las ciudades– y de oligarcas hispanorromanos se oponía a un pueblo llano de artesanos libres, en las ciudades, y esclavos o libertos en las zonas rurales que eran las más numerosas. Esta situación de crisis social se hizo especialmente patente en las ciudades en las que, por otro lado, reinaba un gran descontento por la pérdida de los privilegios de que gozaban en tiempos de los romanos. Cobra especial relevancia la persecución de los judíos que habían quedado inhabilitados económicamente y reducidos a la esclavitud, tras las severísimas leyes de 693 y 694.
En el 670, los árabes consiguieron fundar la ciudad de Qayrawān (Cairouan, Túnez) pero tuvieron que hacer frente, a la hostilidad de las tribus beréberes y a la presencia de los bizantinos que ocupaban la región de Cartago. A finales del siglo vii las principales tribus de beréberes de la zona fueron sometidas y se convirtieron al Islam; en el año 698 los bizantinos fueron expulsados de Cartago. Hacia 700 se inician campañas para la conquista de las actuales Argelia y Marruecos. El nombramiento de Mūsà ibn Nuşayr, hacia 708, como gobernador independiente de Ifrīqiya (la nueva provincia del norte de África, con capital en Qayrawān, que pasaba a depender directamente del califa de Damasco) dio un impulso nuevo al avance.
Los primeros contactos del conde Julián (exarca bizantino) con los musulmanes se remontarían al 710 cuando un oficial bereber, Tarif, junto a 400 hombres saqueó la zona próxima a Tarifa (Yazïrat Tarif). En el 711, Julián puso sus naves a disposición de un primer ejército de unos siete mil hombres, dirigido por el gobernador de Tánger, el bereber Ţarīq ibn Ziyād (que daría nombre a la “montaña de Ţarīq”, Ŷabal Ţarīq, es decir “Gibraltar”). La fecha de la expedición había sido muy bien elegida pues, en ese preciso momento, el rey Rodrigo se hallaba en el frente norte luchando contra los vascones, lo cual permitió a los musulmanes crear una base de operaciones en la futura Algeciras ( al-Yazïrat al-jadra) y esperar los refuerzos de cinco mil hombres más. Dos meses más tarde tuvo lugar el enfrentamiento entre las tropas de Rodrigo y las de Ţarīq, en un lugar que se suele identificar con el río Barbate y que la tradición historiográfica ha llamado “la batalla de Guadalete”. Fue una completa derrota para Rodrigo quien desapareció durante el enfrentamiento. Por lo visto, durante el combate, algunos jefes visigodos abandonaron a Rodrigo llegando incluso a cambiar de bando: eso es, por ejemplo, lo que cuentan las crónicas medievales de Oppas, hermano del rey Witiza y que fuera metropolitano de Sevilla y luego de Toledo. Oppas, junto con el conde don Julián se convertirán para la historiografía posterior paradigma de “traidor”. Actualmente se estudia la posibilidad de que el rey Rodrigo se retirase junto a un grupo de leales a Viseu (Portugal) donde se ha encontrado una tumba que pudiera corresponder a dicho rey.


Esta victoria supuso el derrumbamiento del poder visigodo. Además destacados miembros de la aristocracia visigoda se habían pasado al bando musulmán, esperando así obtener un honroso reparto del territorio. Tal era el caso del denominado “el clan de Witiza” en el que hallamos al arzobispo Oppas y también al conde Cassius y sus familiares que tenían el control del Valle del Ebro y que no tardarían, con la llegada de los musulmanes a su región, en 714, en convertirse al Islam. Ante tal coyuntura y pensando que ésta podía cambiar, Ţarīq se apresuró a conquistar ciudades importantes, aunque ello presentara riesgos, como Córdoba y Toledo –donde Ţarīq se instaló para pasar el invierno–. En algunos casos los duces y comites visigodos pactaron interesantes rendiciones, como ocurrió con Teodomiro (quien dejará su nombre a la región de Murcia: Tudmīr), posiblemente hacia 713. Pero en muchos casos, fueron las mismas poblaciones locales las que, en vez de ofrecer resistencia, apoyaron y facilitaron la llegada e implantación del nuevo poder militar: especialmente los tan perseguidos judíos pero también amplios sectores de la población civil, muy descontenta del anterior poder visigodo. Sin embargo, hay que tener en cuenta, para comprender este hecho, en apariencia insólito, que posiblemente para las poblaciones autóctonas compuestas sobre todo de hispanii, los nuevos ocupantes no eran a priori mucho más “extranjeros” que los anteriores, esos barbari venidos del norte de Europa. Además esa primera religión islámica no resultaba tan extraña a ojo de muchos visigodos que habían sido cristianos de rito arriano.
A la rápida campaña de Ţarīq siguió, algunos meses después, la de Mūsà ibn Nuşayr quien en julio de 712 desembarca con casi 20.000 hombres, árabes en su mayoría. Conquistó Sevilla y en tierras extremeñas tuvo que hacer frente a un foco de resistencia organizada por parte de los visigodos. Los hombres de Mūsà tuvieron que sitiar la ciudad de Mérida donde los visigodos resistieron hasta junio de 713. En 714 se inicia una campaña hacia el norte: Mūsà conquista Zaragoza y Ţarīq algunas zonas de la región de León, como la capital y Astorga. No sabemos exactamente por qué, Mūsà tuvo que detener su progresión al ser llamado por el califa de Damasco, abandonando, por tanto, la Península en el último trimestre de 714. Dejó al mando de los territorios conquistados a su hijo ‘Abd al-‘Aziz quien continuó la progresión aunque fue asesinado en 716. En estos años hay que fechar las conquistas de zonas importantes como Málaga, en el sur, y Pamplona, Tarragona, Gerona y tal vez Narbona, en el norte.



2.- EMIRATO DEPENDIENTE DE DAMASCO (716-756)

El establecimiento de Al-Andalus supuso que esos territorios pasasen a convertirse en una nueva provincia del Califato, con capital en Damasco, y que se extendía desde la Península Ibérica hasta el Punjab (India). Cuando tuvo lugar la conquista el califato estaba gobernado desde 661 por la familia de los Omeya, originaria de La Meca. El califa delegaba su poder en gobernadores provinciales wali. Ejercían el poder militar y civil. Al-Andalus, en sus inicios dependía de la autoridad del gobernador de Ifrīqiya (Qayrawān). Hubo una fuerte inestabilidad política, en esta época se fueron sucediendo unos veinte gobernadores. Disponían de bastante autonomía, habida cuenta de la distancia que los separaba de sus superiores en Qayrawān y Damasco. La capital desde 716 o 717 fue Córdoba.
Los musulmanes lanzaron, a partir de 719, una ofensiva hacia el Norte, con vistas a conquistar la Galia. (Narbona 719, Carcasona y Nîmes 725) Carlos Martel puso un freno definitivo al avance en el 732, batalla de Poitiers. Narbona será conquistada por el rey franco Pipino el Breve, hacia 751. La historiografía fecha en el año de 714 la creación de un reino Astur, con Pelayo como rey y capital en Cangas de Onís. Hoy se propone como más verosímil la fecha de 718 ya que, según parece Pelayo pactó con los invasores e incluso fue enviado a Córdoba, de donde escapó en 717. La batalla de Covadonga se suele fechar en el año de 722 y que constituye el primer “éxito” militar de los cristianos y, por lo tanto, simboliza el “inicio” de la Reconquista.
El primer avance cristiano, hacia 740, es fruto del debilitamiento del poder musulmán a causa de las tensiones internas, abundan las divisiones tribales, concretamente entre qaysíes y yemeníes. El apoyo del califa a uno u otro de los dos grupos implicaba la atribución de cargos políticos y, por lo tanto, la creación de una esfera de influencia. El principal problema fue provocado por los beréberes eran la etnia mayoritaria entre los musulmanes de al-Andalus y, sin embargo, se encontraban en una posición social y política subalterna. En 740 los beréberes se rebelan contra la autoridad árabe y logran hacerse con Tánger. La insurrección gana pronto la Península y algunas rebeliones estallan en la zona norte. A finales de 741 siete mil jinetes sirios refugiados en Ceuta cruzan el Estrecho con la misión de sofocar la rebelión. Una vez logrado marcharon hacia Córdoba y se hicieron con el poder. En 742 al-Andalus será pacificada por el gobernador de Qayrawān,
Los años 750 se caracterizan por una terrible sequía, malas cosechas y la consiguiente hambruna, se esperaba la llegada de un hombre providencial. Éste iba a ser el “último” de los Omeyas de Damasco, ‘Abd al-Rahmān que había conseguido huir de Siria, tras el golpe de estado de los ‘abbāsíes, en 750, que acabara con el califato omeya. ‘Abd al-Rahmān era de madre beréber. Desde el Magrib, desembarcó con un ejército y aplastó el poder de los qaysíes de Córdoba. En mayo de 756 el nuevo poder de ‘Abd al-Rahmān es aceptado por el conjunto de las etnias y, en Córdoba, es solemnemente proclamado “emir” de al-Andalus.

3. EL EMIRATO DE CÓRDOBA O “EMIRATO OMEYA” (756-912)
La novedad de 756 en la total y absoluta independencia política, administrativa, fiscal y militar del nuevo poder con respecto al califa. Esta independencia nueva será asumida por siete emires, entre 756 y 912. La creación del emirato independiente no hizo sino agudizar los conflictos interétnicos que habían estallado ya en los años 740 entre árabes yemeníes y qaysíes, sirios, beréberes, muladíes y mozárabes. Los levantamientos constantes y la desaparición de la antigua costumbre del servicio militar obligatorio convencieron a Abderramán I de la necesidad de crear un ejército profesional en el que abundaban los esclavos, fácilmente adquiribles en el reino franco. El emir toma otras medidas para afianzar su poder, como la acuñación de la primera moneda autóctona de al-Andalus, el dirham de plata (760) o la organización de un servicio de correos, mediante mulas u palomas mensajeras (775). En el ámbito artístico cabe destacar el inicio de la edificación de la mezquita de Córdoba en 780.
El conflicto con los reinos cristianos vino no de la península sino del reino franco. Las tropas de Carlomagno cruzaron los Pirineos en 778 pero no consiguieron hacerse con Zaragoza. De vuelta, tuvo lugar en 778, la batalla de Roncesvalles Se desquitarán los francos: toman la ciudad de Gerona en 785 y Barcelona en 801. El nuevo emir al-Hakam I, empieza su reinado en un clima de tensiones internas que debe reprimir: “jornada del foso” de Toledo (806) o la matanza del arrabal de Córdoba de 818. También se reformó la división provincial creando “marcas” Las tres marcas exteriores fueron la “superior” valle del Ebro (Zaragoza). La marca “media” en Toledo y la “inferior” en Mérida.


Las crisis iban a debilitar considerablemente el poder del emirato de Córdoba, produciéndose varias sublevaciones de los gobernadores de las marcas, sin embargo la principal insurrección fue del muladí ‘Umar ibn Hafsun, convertido al cristianismo en 899, y que lideró los levantamientos de varias ciudades (Mijas, Archidona, Jaén, Baena, Lucena, Écija…) llegando a controlar hasta su muerte, en 917, un amplio territorio. Cuando en el año 912, ‘Abd al-Rahman III es nombrado sucesor de su abuelo, el poder real del emir se limita a la ciudad de Córdoba y su inmediata periferia. El resto del emirato se halla entre las manos de insurrectos locales, ya fueran árabes, beréberes o muladíes que habían conseguido emanciparse de la autoridad de la capital omeya.


4. EL CALIFATO OMEYA (912-1031)
Cuando todo parecía apuntar hacia el desmoronamiento político de al-Andalus, el nuevo emir Abderramán III (912-961) gracias a su sentido político y a su ímpetu lograría dar a al-Andalus su mayor grandeza. Fueron derrotados los partidarios de Ibn Hafsun, 928. Posteriormente, fue logrando un control de las marcas. A partir de 951 todos los soberanos cristianos se vieron obligados a reconocer la soberanía hegemónica de Abderramán, con la imposición de un tributo anual y la destrucción de plazas fuertes cristianas ubicadas en lugares estratégicos. Esta situación fue el momento de mayor control musulmán, en todos los aspectos, sobre el conjunto de la Península.
La supremacía política de Abderramán fue tal vez lo que movió el antiguo emir a dotarse del título superior tanto político como religioso de «califa», de «jefe de los creyentes» y de «defensor de la religión de Dios». Este cénit de al-Andalus se mantuvo aún con los sucesores de Abderramán III, su hijo al-Hakam II (961-976) y su nieto Hisham II (976-1013) Sin embargo, el verdadero detentor del poder político fue su hayib (primer ministro Almanzor o al-Mansur (978-1002). Almanzor consiguió ser el verdadero y único soberano, desde su posición de primer ministro, arreglándoselas para que el califa no tuviera más que un papel honorífico, alejándolo de la política, orientándolo hacia los placeres (981 al-Madina al-Zahira). Almanzor consiguió la mayor parte de los símbolos del poder pero tuvo la sagacidad política de no pretender nunca al puesto de califa. Lo mismo haría su hijo, ‘Abd al-Mâlik, constituyéndose así una dictadura de mayordomos a la que ha venido a llamarse «dictadura de los ‘amiríes y que duró hasta 1008.

Todos estos triunfos militares, incluido el saqueo de León, Santiago o Barcelona, y políticos iban a desmoronarse entre 1008 y 1031, cuando una guerra civil (provocada por la auto-proclamación como califa de Abderramán Sanchuelo, hijo de Almanzor), en el transcurso de la cual se fueron sucediendo más de 15 califas. Un consejo de notables se reunió en Córdoba y se decidió la abolición del califato (Hisham III fue expulsado). Se constituyó así un nuevo sistema en el que los dominios de al-Andalus quedaron divididos en un complejo mosaico de unos 30 reinos independiente a los que se ha denominado reinos de taifas.

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