Pueden señalarse varias etapas en el proceso repoblador:
PRIMERA ETAPA
Comprende la Alta Edad Media (ss. VIII-X) y se corresponde con los avances asturleoneses, especialmente durante el reinado de Alfonso III, con el que se fijaría la frontera en el curso del río Duero. La repoblación se desarrolló en zonas semidespobladas e incluso en tierras de nadie, por cuanto no había en ellas ningún poder político establecido; dicha repoblación se efectuó en la cuenca del Duero, en buena parte de Galicia, en comarcas del alto Ebro y en tierras catalanas, empleando el sistema conocido con el nombre de presura (en los reinos occidentales) o aprisio (en las zonas orientales) y consistía en la ocupación de tierras sin dueño alentada por los poderes públicos y podían llevarla a cabo tanto magnates laicos y eclesiásticos como simples grupos de labriegos; el rey, dueño teórico de las tierras yermas repobladas, tenía el derecho de conceder el derecho de presura de las mismas a todos los que se asentasen en territorios despoblados con el ánimo de cultivarlos y defenderlos.
En el proceso repoblador participaron ante todo astures, pero también mozárabes que emigraban desde Al-Ándalus; las tierras eran ofrecidas por el rey a miembros de la nobleza que se veían obligados a defender los territorios y a prestarle fidelitas, auxilium y consilium, o a monasterios, debiendo el abad cumplir las mismas obligaciones. Estas tierras fueron las de Galicia, norte de Portugal y el oeste de León; sin embargo, en la zona este de León, los reyes mandaron fortificar con numerosos castillos toda la zona para evitar las expediciones musulmanas, ya que lo inhóspito y despoblado del “desierto del Duero” lo convirtió en infranqueable a sus expediciones. La zona fortificada se denominaría Castilla, y Burgos sería el núcleo de un territorio en el que se asentaron hombres libres o campesinos-guerreros (esencialmente cántabros y vascos) dueños de sus tierras.
A mediados del siglo X, la propiedad se fue concentrando en manos de la nobleza y de los monasterios y los pequeños propietarios comenzaron a perder su independencia, desintegrándose las comunidades de aldea y surgiendo las propiedades de tipo feudal; por su parte, los monarcas debían recurrir al auxilium de sus nobles que se recompensaba con donaciones de tierras conquistadas o repobladas y con inmunidades, lo que fortalecería a los nobles vasallos que empezaron a cuestionar la autoridad real. El ejemplo más claro es el del primer conde independiente castellano Fernán González, al lograr el derecho a transmitir la herencia del territorio sobre el que ejercía su dominio. Tuy, Astorga, León, Amaya, Oporto, Zamora y Osuna.
Por su parte, los primeros pobladores en el condado de Aragón fueron montañeses fugitivos de Al-Ándalus que se situaron alrededor de monasterios (San Millán de la Cogolla), mientras que en los condados catalanes, una vez conseguida la independencia de los francos con Wifredo el Velloso, el sistema de repoblación fue similar al de la Meseta: las tierras abandonadas pertenecían a la autoridad condal que autorizaba la aprisio, mientras que la construcción de monasterios (Santa María de Ripoll, 879) fortaleció dicha repoblación.
SEGUNDA ETAPA
La repoblación de la zona del Duero iniciada en el siglo X se interrumpió durante los años de Almanzor; no será hasta la segunda mitad del siglo XI cuando se consolide la repoblación en esta zona, gracias a la toma de Toledo por Alfonso VI (1085), estableciéndose la frontera en el Tajo.
El avance castellano-leonés entre el Duero y el Tajo favoreció (ss. XI y XII) la llamada repoblación concejil o de frontera practicada en la Extremadura oriental y occidental: la Corona impulsó la creación de concejos que tenían por cabeza una ciudad o una villa y administraban una importante demarcación territorial (alfoz), además de estar dotados de unos fueros que recogían las normas jurídicas para regular la vida ciudadana. Contenían obligaciones (acudir en ayuda del rey), exenciones fiscales y privilegios. Los principales concejos y fueros fueron los de Segovia, Soria, Sepúlveda (cuyo fuero, 1076, servirá de modelo de otros concedidos), Salamanca, Medina del Campo, Sahagún, Jaca, Daroca, Calatayud o Estella. En estas poblaciones se asentaron cristianos procedente del norte, vascones, francos y mozárabes del Sur; la actividad repobladora en los territorios que habían pertenecido a los musulmanes difiere de la desarrollada al norte de la frontera, ya que lo que sucedió al sur del sistema Central fue la superposición de gentes originarias del norte sobre los que seguían habitando en la tierras que se acababan de ganar, en gran parte mudéjares.
Se dedicaron a la ganadería y al aprovechamiento de tierras comunales y formaron milicias concejiles para hacer frente a los peligros de una zona fronteriza. Un caso excepcional de repoblación fue el de Toledo, donde inicialmente convivieron musulmanes, judíos y cristianos, si bien esta tolerancia inicial se iría transformando en intransigencia religiosa.
La decadencia almorávide a mediados del siglo XII consolidó los dominios cristianos en la Meseta Sur, aunque tras la muerte de Alfonso VII (1157), los cinco reinos peninsulares (Portugal, Castilla, León, Navarra y Corona de Aragón) tendrían que hacer frente a la presencia almohade. Paralelamente, las Órdenes Militares (Santiago, Calatrava y Alcántara) tomarán la iniciativa en la reconquista y repoblación del valle alto del Guadiana: levantarán numerosos castillos y establecerán extensos dominios señoriales en contraposición a las comunidades de campesinos características de la etapa repobladora anterior.
Por su parte, los espacios ocupados por los aragoneses hasta el Ebro se repoblaron con mudéjares (valle medio del Ebro), judíos (en Tudela y en Zaragoza) y cristianos del norte. En la repoblación del sur de Cataluña continuaron las franquicias y privilegios fiscales y las ciudades recibieron cartas pueblas.
TERCERA ETAPA
Abarca el siglo XIII, que es el de los grandes avances de los reinos cristianos, sobre todo, tras la derrota almohade en Las Navas de Tolosa (1212) y que abrirá las puertas al valle del Guadalquivir. El sistema utilizado será el de los repartimientos: por orden del rey se constituía una junta de partidores que procedía a distribuir a los repobladores las tierras y las casas de las zonas ganadas a los islamitas, teniendo en cuenta su condición social (un caballero recibía más que un peón).
Las tierras del valle del Guadalquivir fueron repartidas entre las nobleza, laica y eclesiástica, que recibieron extensos latifundios como nuevos señoríos en Andalucía Bética; los soldados obtuvieron pequeños lotes de tierras, al igual que los campesinos castellanos. Por su parte, la población musulmana se mantuvo en aquellas ciudades que pactaron ante el avance cristiano, mientras que en las ciudades que fueron conquistadas se forzó a los musulmanes a que las abandonaran. La población mudéjar se asentaría en las zonas rurales.
En principio se asentaron pocos contingentes de cristianos, procedentes de Castilla, aunque también se observa la presencia de gentes de León, Navarra, Corona de Aragón e incluso portugueses, italianos o franceses. Esta escasez de pobladores explica en parte el origen del latifundio andaluz, grandes propiedades entregadas a miembros de la familia real, la nobleza, las Órdenes Militares o la jerarquía eclesiástica.
Por su parte, las conquistas de Jaime I se acompañaron de una intensa actividad repobladora; en Mallorca se hizo un repartimiento de tierras entre nobles catalanes, templarios y pequeños propietarios, asentándose en Palma comerciantes judíos y catalanes. La población musulmana fue muy numerosa. En Valencia también hubo predominio de población mudéjar que permanecerá en las zonas rurales (200000 frente a 30000); la repoblación valenciana mediante el repartimiento diferenció el interior, donde predominarán los latifundios señoriales, de las zonas urbanas, de regadío y huerta donde la pequeña y mediana propiedad será más abundante.
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