Cuando éramos soldados

Ya me imagino las maldiciones que lanzará gran parte de la crítica euro-pea tras visionar "Cuando Éramos Soldados", nueva ilustración cinema-tográfica de una guerra, la de Viet-nam, que marcó profundamente a la sociedad estadounidense de los se-senta y setenta. Reconozco que la cinta de Randall Wallace no oculta su risible patrioterismo en buena parte de su metraje (los protagonistas casi se pasan tanto tiempo rezando como luchando), pero juzgarla únicamente por su previsible ondear de banderas o por su manipulador final (la apa-rición de los nombres de los soldados americanos caídos en la batalla descrita en el filme), resulta cuando menos exagerado.
Porque, vale, Wallace quiere rendir homenaje a todos los compa-triotas que fenecieron durante la primera gran contienda de los Estados Unidos en Vietnam, pero lo hace a través de una mirada que llora ante lo incomprensible de la guerra. No hay ensañamiento con los enemigos, a los que se respeta, no hay una descripción fría y racista de los vietnamitas, sino que se les dibuja de igual forma que a los estadounidenses (aunque, como es de prever, con menos ardor). Quien piense que "Cuando Éramos Soldados" es una de esas producciones bélicas que animan a los más jóvenes a alis-tarse en el ejército... está totalmente equivocado. Tras la tópica y algo insustancial presentación de personajes, Wallace nos sumerge en un horror de sangre y muerte, una sucesión de batallas y bombardeos que se escenifican de forma cruda ante nuestros asustados ojos. Esto no es "Cuando Hierve la Sangre", donde Frank Sinatra se iba de "vacaciones" a la India mientras mataba a japoneses y chinos, sino un contundente drama que, cuando finaliza, deja un incómodo pesar en el espectador.




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