El mundo que se vivió bajo los últimos años del siglo XVIII y el primer tercio del XIX en España, fue un mundo cambiante. Las ideas que habían impulsado a los revolucionarios franceses cruzaron los Pirineos y aunque se trató de impedir su difusión en la Península, fue imposible; circulaban libros y folletos con las ideas que acabarían destruyendo el Antiguo Régimen. Estas ideas pronto ganaron adeptos en los círculos intelectuales. Frente a ellos, gran parte de los privilegiados y la gran masa de población rural y analfabeta apostaban por mantener las ideas y valores tradicionales. Después de la guerra de la independencia la llegada de Fernando VII radicalizó la situación. No se trataba sólo de una lucha de ideas políticas, sino de choque de mentalidades.
La España del primer tercio del siglo XIX continuaba siendo esencialmente rural. La población campesina predominaba sobre la urbana. La sociedad seguía dominada por un grupo privilegiado que imponía su mentalidad en las costumbres y las creencias, que en muchos aspectos coincidían con los valores del Antiguo Régimen: La propiedad de la tierra seguía siendo un signo de prestigio igual que los títulos nobiliarios, y se rechazaba el trabajo manual.
Los españoles de aquellos años seguían ligados a sus creencias de siempre a sus devociones religiosas, su pasión por los toros y en menor medida a su gusto por el teatro. Desde el punto de vista de la ciencia, del arte y de la cultura, el reinado de Fernando VII puede ser calificado como una etapa oscura, poco propicia para el pensamiento y la actividad intelectual. La gran mayoría de los intelectuales, escritores y artistas que había en el país en los últimos años del siglo XVIII y primeros del siglo XIX se alinearon, o bien con los franceses, o bien con los liberales de Cádiz. Todos ellos debieron abandonar el país en 1814, instalándose en Francia o Inglaterra: José María Blanco White, Espronceda, Martínez de la Rosa, José Zorrilla (Don Juan Tenorio) etc. La muerte de Fernando VII y la vuelta de los exiliados produjo, en el ambiente revolucionario de los años treinta, la explosión del movimiento romántico, destacando, además de los mencionados, autores como Gustavo Adolfo Bécquer (Rimas y Leyendas), Rosalía de Castro (Cantares Gallegos), Mariano José de Larra y escritores costumbristas como Ramón de Mesoneros Romanos.
Pero el desarrollo económico que se produjo en el reinado de Isabel II y el engrandecimiento de muchas ciudades como consecuencia del éxodo rural hace que la vida urbana se vaya imponiendo frente al ambiente rural. Se traspasan las murallas de las ciudades, el casco urbano crece. Madrid se expansiona por el barrio de Salamanca, y Barcelona por la Diagonal. Otro tanto ocurre en Bilbao, Valencia, San Sebastián…Las ciudades estrenan el alumbrado de gas en sus calles principales. Poco a poco irán irrumpiendo en la vida cotidiana los grandes inventos: el teléfono, el tranvía…El ferrocarril acortará distancias. Lo que conllevará una estandarización de las costumbres, vestidos, diversiones, espectáculos.
El café, las tertulias, los Ateneos y los casinos son el punto de reunión de las clases medias. Mientras las clases altas acuden a la ópera y al teatro. Aunque los toros siguen siendo la gran pasión. La tauromaquia se ha reglamentado, surgen en esta época los grandes cosos taurinos y los diestros se convierten en ídolos de multitudes.
Las creencias y devociones continúan siendo importantes; las romerías, la Semana Santa, las festividades mayores siguen reuniendo a multitud de fieles; sin embargo una oleada de anticlericalismo comienza a sacudir la sociedad isabelina, sobre todo entre las clases populares y los obreros e importantes sectores del mundo intelectual. Sin embargo la Iglesia seguía siendo una fuerza social de gran influencia en la vida española. En algunos sectores surgió la idea de acomodar la Iglesia a los nuevos tiempos esto dio lugar al nacimiento de los primeros indicios de un pensamiento social católico, en el que el jesuita Antonio Vicent fue la figura más representativa.
En el ámbito de la enseñanza las realizaciones de los diferentes gobiernos del periodo fueron muy escasas a pesar de las declaraciones de los textos constitucionales. Fue la Ley de Instrucción Pública o Ley Moyano (1857), la que fijó el sistema educativo vigente hasta bien entrado el siglo XX. En 1860 cursaban la enseñanza media unos 15.000 estudiantes y había unos 7000 universitarios. Aunque se tendía a sistematizar la enseñanza, se temía que las masas populares adquiriesen un mínimo de instrucción.
Los peligros que parecían venir del aumento de las clases trabajadoras y del socialismo como ideología naciente hicieron que el pensamiento conservador ascendiese. Destaca en esta corriente Donoso Cortés. Pero la gran renovación de las ideas en la España isabelina vino de la mano del Krausismo. Su impulsor fue Sanz del Río, Catedrático de Historia de la Filosofía de la Universidad Central, que había entrado en contacto con la filosofía de Krause en Alemania. Esta corriente agrupó a varios catedráticos cada vez más críticos con el dominio ideológico que tenía la Iglesia sobre la Universidad. (Algunos de ellos, al oponerse al sistema isabelino desencadenaron la matanza de San Daniel 1865). Su mensaje de libertad, tolerancia y diálogo fue recogido por discípulos como Francisco Giner de los Ríos o Nicolás Salmerón.
En cuanto a la prensa, tuvo un importante impulso sobre todo gracias a los sectores de mayor inquietud intelectual. Los periódicos anteriores a 1835 apenas incluían informaciones. Trataban temas políticos o científicos. Solían tener formato pequeño, estaban escritos en una columna y su aspecto era bastante aburrido. Pero a partir de esta fecha surgen otros más parecidos a los actuales. En 1850 salían a la calle 120 periódicos, aunque la mayoría tenían una vida efímera y escasa tirada. Destacan: La Esperanza, El Clamor o La Reforma.
En este periodo también nacieron dos instituciones que encabezarán el movimiento intelectual burgués. En 1835 abría sus puertas en Madrid el Ateneo Científico y Literario, en cuyos cursos impartieron conferencias las figuras más representativas del mundo político y de la intelectualidad artística, científica y literaria. Un año más tarde se inauguraba el Liceo Artístico y Literario.
El sexenio revolucionario (1868-1874) fue una época de amplitud cultural y de pensamiento y de toma de conciencia política e ideológica del mundo obrero. Tras el triunfo de la Gloriosa se abren escuelas para instruir a las clases más bajas y aparecen los primeros periódicos obreros. La Constitución de 1869 reconoce la libertad de prensa. Siguen existiendo periódicos de opinión, defensores de un partido político, pero se desarrolla una prensa informativa que es la que más éxito tiene entre los lectores y la que alcanza mayores tiradas. El aspecto externo de estos periódicos es más ameno. Su contenido ya no se limita a temas políticos, sino que aparecen nuevas secciones de crítica literaria, pasatiempos, anécdotas y humor. Dedican más espacio a la publicidad e insertan folletines, (novelas por capítulos) que gozaban de gran aceptación entre el público lector.
Hacia 1860 se desarrolla el movimiento realista que adquiere fuerza durante el Sexenio y la Restauración. Como en el resto de Europa hay un realismo conservador como el de las novelas de Juan Valera (Pepita Jiménez, Juanita la Larga), y otro bastante más crítico que a veces se acerca a la denuncia social entre cuyos representantes están Benito Pérez Galdós (Fortunata y Jacinta) y autores que reciben la influencia del naturalismo francés como Emilia Pardo Bazán(Los pazos de Ulloa) Vicente Blasco Ibáñez (Cañas y barro, La barraca) y Leopoldo Alas Clarín (La Regenta) .Muchos de ellos seguirán escribiendo a comienzos del siglo XX.
Pero la llegada de la Restauración trajo consigo una regresión cultural y de las mentalidades.
En 1875 el gobierno dio orden de vigilar la orientación de la enseñanza que se impartía en las Universidades y de censurar cualquier manifestación crítica contra la monarquía y el dogma católico. Se devolvió el control de la educación a la Iglesia, sobre todo en la enseñanza primaria, en la que apenas intervenía el Estado. Este cubría la segunda enseñanza, que contaba con unos 50 institutos en las grandes ciudades, ocupados por los hijos de familias ricas.
Pero al margen del sistema público de enseñanza, se emprendieron iniciativas, de alcance limitado pero de gran interés pedagógico y social. Hay que destacar a la Institución Libre de Enseñanza, fundada en 1876 con el fin de aplicar los principios del Krausismo. Su principal fundador fue Francisco Giner de los Ríos, catedrático de Filosofía del derecho de la Universidad Central de Madrid que había sido apartado de su cátedra. Frente a los tradicionales métodos memorísticos, la Institución Libre de Enseñanza propugnaba una educación integral y activa, que incorporaba nuevas materias y actividades, como la educación física, el canto, las excursiones…, todo ello en un ambiente de tolerancia y libertad de opinión. Aunque fue una institución minoritaria de la que sólo se beneficiaron los hijos de una pequeña burguesía intelectual, sus planteamientos ejercieron una gran influencia en la cultura de su tiempo e incluso posteriormente. En la ILE se formaron buena parte de los intelectuales de fin de siglo y de la llamada Edad de Plata de principios del siglo XX.
También fue meritoria la labor de “Los círculos católicos obreros” o “Las escuelas del Ave María”, creadas en Granada por iniciativa del padre Manjón, aunque con carácter religioso se fundamentaba en la educación activa y tenía planteamientos pedagógicos innovadores y se orientó a los sectores marginados, en especial a los niños de la comunidad gitana.
También los partidos obreros llevaron a cabo una lucha contra el analfabetismo. El PSOE creó “Las casas del pueblo” y los anarquistas propiciaron la lectura de periódicos como “Tierra y libertad” y crearon escuelas, destacando “La escuela moderna” dirigida en Barcelona por Ferrer i Guardia.
Pero a pesar de estas iniciativas hacía 1900 la proporción de analfabetos ascendía a casi las dos terceras partes de la población, y hasta ese mismo año no se creó el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes. Esta alta proporción de analfabetos hacía que la prensa siguiera siendo un producto para minorías pero que cada vez adquiere más importancia. Además de su labor cultural la prensa representaba la lucha ideológica entre conservadores y progresistas. Entre la prensa conservadora destaca La Vanguardia (1881) en Barcelona. En 1903 nace el diario ABC que empleará el fotograbado por primera vez. En cuanto al progresismo destaca El Liberal y El Imparcial el más vendido de esta época.
A finales de siglo, el desastre del 98, provocará la aparición de un nuevo grupo de intelectuales y literatos que recibirán el nombre de Generación del 98. Comparten con los regeneracionistas la crítica política y social de la Restauración y expresan su preocupación por encontrar soluciones al atraso de España. Destacan miguel de Unamuno, Antonio Machado, Ramón María del Valle-Inclán, Pío Baroja y Azorín.